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La Llegada de los Vascos a Argentina
by Hilario Urionaguena This document was sent to me by my "cousin", Martin Urionaguena. Eskerrik asko, Martin! Alla por la decada de 1860, ya en su avance hacia la organizacion nacional, veia el pais crecer en los alrededores de Buenos Aires a impetuosos comercios e incipientes industrias transformadoras de los abundantes y baratos productos llegados desde los feraces campos recien colonizados. Establecidos en la Boca y por Barracas, existian varios "saladeros" (precursores de los frigorificos), donde preparaban para su conservacion, carnes y cueros con sal venida desde Cadiz (España); trabajaban alli entre otros inmigrados, muchos vascos, no muy encantados con esas poco progresistas labores, cuando, subitamente, subiendo del Riachuelo, por San Telmo, Monserrat, y hasta el Retiro, sobre toda la ciudad se abatia el horrendo drama de la fiebre amarilla; se ignoraba la causa, el origen, y como se transmitia. Caian las pobres gentes en las calles presas de agudas convulsiones, y sucumbian sin auxilio posible, abandonados muchas veces por el terror de los espantados sobrevivientes. Cerrados los saladeros, asustados de ver caer a sus paisanos fulminados por la extendida epidemia, y habiendo oido en la tabernas del Riachuelo decir a los barqueros, que mas alla de San Fernando no habia peste y que ir alli a hacer leña y adueñarse de la tierra, no era cosa tan riesgosa, eso hicieron. Llegaba a Buenos Aires mucha leña y carbon de monte blanco desde la primera seccion del Delta, tambien prodigiosas y preciadas frutas, pero -segun contaban- mas alla del Parana de las Palmas habia un paraje ignoto de costa cerradas por impenetrable monte blanco, y que ocasionalmente cazadores que habian adentrado, relataban de un largo rio (como de 8 leguas) que le dicen Carabelas, y que en tiempo de crecientes se tapaba de camalotes, pero que tenia extraños albardones, como pampas de inmensas, alturas, y casi limpios de arboles, y que no vivia nadie por alli. Esos relatos, casi leyenda, sonaban en los oidos de los angustiados vascos como si fuese excitante musica; apretados por la epidemia y la miseria, ellos, que habian salido del viejo Euzkadi en busca de la America, cambiando la estrechez verde de los valles cantabricos por la estrechez de un suburbio de extramuros, y acuciados por tanta impotencia se sentian algo abatidos, pero en su indomable y viril temple resolvieron salir de Buenos Aires en busca de "ese Carabelas, con su tierra alta y nueva que dicen"; ahi podia estar la America que Dios les reservaba. Y asi, juntaron las pocas pertenencias, y con los escasos patacones que tenian, 8 o 10 vascos, en carreta de bueyes llegaron a San Fernando; alli compraron las pocas provistas que por los pocos patacones les dieron, una canoa y... adelante...Remontaron el rio Capitan a botador, y luego sirga que era la forma comun de subir el Parana tirando de la soga desde la costa, hasta la mitad de la cancha larga donde desembocaba el Carabelas. Ya en este, poca distancia de la desembocadura -confirmando referencias- encontraron a un vasco ya establecido que les confirmo que bien adentro del rio habia extensos albardones como para sembrar, algo inedito e insolito para pobladores y lugares aquellos. Atizados los animos para encontrar por fin en America tierra para cultivar...la patriarcal ocupacion de la Europa natal y a mas en la opulencia de feraces y virgenes tierras y sin limite de extension, apasionados e impulsivos, estos casi conquistadores siguieron adelante, dejando atras en la vuelta del Remancito los ultimos indicios de poblacion, ya no volvieron a acampar juntos: siempre de a dos fueron desembarcando espaciosamente, cada 2 o 3 Km., conviniendo que los dos ultimos volverian con la canoa rio abajo a los diez dias, y luego decidir si seguir mas adelante, quedarse o volver. El reencuentro fue apoteotico; todos se esperaban para festejar el regalo de America, apretando en los puños la humeda tierra negra, con todo el horizonte para ellos y su ilusion. Volvian a las fuentes los transmutados pastores agricolas pacificos y libres, que vivian constreñidos y chatos en la ya cosmopolita y complicada ciudad. Aqui se reencontraron con Dios en su creacion tremendamente dura pero ampliamente generosa; unanime fue la decision: "quedarse" y fue de inmediato cortar leña, hacer carbon y cargar a San Fernando y de vuelta traer mas canoas con bueyes, arados, semillas, gallinas, perros etc.; y sembraron trigo, alubias, plantaron los primeros alamos Carolinos, y vinieron años cada vez mejores y llegaban cada vez mas paisanos, y los barcos de la boca fletaban el trigo y compraban astillas de leña y se comerciaba de todo a bordo, a trueque casi. Hasta que en una vuelta luego llamada del colegio viejo, un vasco comenzo a vender y comprar, y fue la primera taberna; alli los domingos, en sus tradicionales pujas se enfrentaban los "Aizkolaris", a quien cortaba mas leña, quien levantaba mas peso o quien hacia mas zanja a pala. Todavia se encuentran los descomunales pozos hechos por aquella particular forma de divertirse. Tiempo despues llego para ayuda del bolichero la primera muchacha -vasca- y...nacio el romance y con el la familia, y en la familia, muchos hijos: 10, 12 o 15; despues cada uno trajo su compañera y los albardones vieron ahogar su ancestral silencio por las risas y juegos de chiquillos argentinos, sublime retribucion de aquella noble gente a esta prodigalidad del pais. Corria 1893, escarchada mañana alla por la vuelta de los Iriondo, rodeada por un puñado de curtidos piececitos encajados en caseras abarcas de cuero crudo, flameaba por primera vez la celeste y blanca bandera Argentina: abria sus puertas la Escuela Nro. 10, fija la mirada en aquel paño color del cielo, enturbiados ojos dejaron caer desde los curtidos rostros, sobre sus anchos pechos, las lagrimas mas felices agradecidas de aquellos inmigrantes. Hubo que hacer casas nuevas, pisaron los ladrillos, con estrictez conventual, en luna menguante cortaron los tirantes de Carolinos, trajeron tejas y con su mejor artesania nos dejaron estas veneradas casonas que aun perduran. No temian ellos al rio manso que a veces los complicaba con sus crecientes; tampoco a los tigres que a tantas gallinas, perros y hasta colchones les destrozo en sus sanguinarias depredaciones; poco les incitaba la caza y la pesca, a pesar de su abundancia, ni las graves osadias de los tigres les inclinaba a perseguirlos; mas bien ingeniaban defensas en corrales y gallineros, confiando sobre todo en sus guapos perros; luego si, los barqueros genoveses y napolitanos de la Boca persiguieron y extinguieron a aquellos potentes, temidos y bellos exponentes de una fauna ya historica. De aqui en mas la cronica perderia el sentido de evocacion, pero cabria agregar que fue asi y aqui donde hincaron los pilares de un gran polo forestal; aquellos pioneros no se quedaron solo para sacar leña y carbon; enseguida plantaron y produjeron palos de troja, tijeras, tirantes, etc., todo, en fin, lo que del arbol pudieron esperar. Y alli en esos mismos parajes a traves de varias generaciones, encontramos a los vascos del Carabelas y sus plantaciones exponiendose como autenticos cultores de la forestacion mas moderna y eficiente.
Aguirregomezcorta
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